Qué se encuentra en el Camino de Santiago

Qué se encuentra en el Camino de Santiago…

Jesús Tanco Lerga.

Asistimos hoy con asombro y admiración al fenómeno creciente del Camino de Santiago como soporte de la peregrinación a la catedral compostelana que está originando entre otras cosas una nueva cultura de peregrinación de origen cristiano cargada de valores humanos de alta consideración. Uno de ellos es el tema del Encuentro. Un encuentro siempre presupone un hallazgo de alguien o algo valioso, y en la mayoría de las ocasiones viene precedido por una búsqueda. ¿Qué buscamos en el Camino de Santiago? Lógicamente hay tantas respuestas como peregrinos, pero sí vamos a reflexionar en algún aspecto que implícita o expresamente nos planteamos en la preparación de la marcha jacobea. Una mejora personal, puede ser generalmente admitida. Una cuestión pendiente, en la acepción de una pregunta o duda que hemos de resolver. También cabe como posibilidad. Un reto que hay que superar, porque previamente lo hemos trazado así. Vamos a ver si llegamos a Santiago…Esto está en la entraña de nuestro pensamiento previo a los pasos hacia la meta.

Pronto vemos que la peregrinación real supera en expectativas a lo imaginado. Y descubrimos el Camino como un espacio de encuentro, o mejor de encuentros. Nos encontramos y es tópico con nosotros mismos en los momentos de reflexión, de meditación, oración o contemplación. Y si hay dimensión religiosa, ese encuentro personal se hace con Dios, directamente, o a través de los intercesores que se ponen en medio. El hallazgo de sensaciones inesperadas es otra experiencia común cuando peregrinamos. Encontramos cosas insospechadas en esas jornadas de camino. Peticiones de favores para necesitados. Acciones de gracias por lo recibido.  Algunas entretelas  guardadas en el subconsciente más remoto que vuelven a aflorar al primer plano de nuestra vida intelectual. Otras ocupaciones o preocupaciones salen al paso como  nuevas. Son las que anotamos en nuestro libro vital. Hay páginas en él más lúcidas y menos claras. Pero todas se desgranan como una película ante nuestros ojos interiores. He de cambiar en esto o en aquello. Necesito acometer lo que puedo y dejar pasar lo inalcanzable, a pesar de empeños vanos. En el camino nos encontramos en el interior de nuestros sentimientos y emociones con la pureza de estar sin contaminación cotidiana, en pleno diálogo personal.

Pero es el encuentro con los compañeros de viaje el que quizás más nos influye en cuanto a emociones se refiere. ¡Cuántos monumentos humanos en el transcurso de los días en Camino! Aquellos diálogos con grupos de la Europa Oriental que ven en esta iniciativa el volver a las raíces de su civilización, separadas o emboscadas tiempo atrás por telones de acero, divisiones de imperios o enfrentamientos bélicos. Esas reflexiones, paso va y paso viene, sobre el sentido de la Europa auténtica, con la filosofía griega, el derecho romano y la aportación religiosa del cristianismo, y el ver en ella la matriz de la Civilización Occidental cuyos valores superan las dificultades del Mar Océano tras la gesta colombina, y también el abrazo intercontinental. Estamos a punto de conmemorar la Primera Vuelta al Mundo, obra hispánica de Magallanes y Elcano con un puñado de idealistas que supieron poner el timón en la dirección adecuada en un abrazo de hermandad sin precedentes ahora hace medio milenio. Y en el camino se palpa la fraternidad universal, al comprobar que en él no hay extranjeros, todos formamos parte de una gran familia, con vínculos que se consolidan conforme van pasando las etapas. Y esos vínculos no son efímeros y si no que se lo pregunten a las redes sociales en las que se perpetúan en correspondencia afable y periódica las vivencias conjuntas de haber superado día a día la distancia hacia la meta. Y hay encuentro con la naturaleza, desde el amanecer madrugador que evita calores meridianos, hasta el trino de pájaros cantores, pasando por los paisajes que desfilan ante nuestra retina que capta e interioriza, vegetaciones, formaciones geológicas, accidentes del terreno, y el cielo, ese cielo cargado de nubes que presagian tiempos estables o nublados, y por la noche esa bóveda celeste que en la meseta castellana prácticamente es de media esfera en la que los sueños, pueden viajar a ritmo de cometa. La gran obra de la Creación penetra en nuestros sentidos.

Y los encuentros siguen. Así los de los dones que recibimos de lo alto. Dones que en todo caso nos comprometen como las palabras el aforismo bien conocido: Manos que no dais, ¿qué esperáis? El dar sin contrapartida es un fenómeno típicamente jacobeo. El ofrecer un diálogo oportuno, o el aguantar otro inoportuno a quienes nos acompañan, el compartir viandas o tertulia en los descansos, el arte de conversar escuchando más que hablando, y un sinfín de detalles insignificantes a ojos del mundanal ruido y que adquieren en el camino un valor trascendente. No se olvidan fácilmente, en este espacio de sensibilidad a flor de piel, de apertura a los demás y de dar o darse en lo que el otro espera de nosotros. Es verdad que la intimidad es algo de tanto valor que es preciso velar para que el reducto del alma más interior sea tesoro sagrado. Pero, cuando el corazón se agranda, y nuestros horizontes toman dimensiones siderales, hay espacio suficiente de acogida para todos. Nadie sobra en el camino. Todos aportamos algo a esta singladura que asombra al mundo. Y esa donación constante, esa unión espiritual que es tan visible en ella como difícil de explicar a quién no ha experimentado la vivencia de la solidaridad caminera, es una realidad tan asequible a los ojos como interpeladora a quienes dudan de que el Camino sea un milagro o quizás un favor del cielo.

En él se encuentra amistad  de la mejor. De aquella que la Providencia otorga en los momentos especiales, de una gracia que flota en el ambiente. Los amigos del Camino no son los amigos de los negocios, ni siquiera de los compañeros de estudios ni siquiera de los vecinos de toda la vida en nuestros lugares de residencia. Son distintos porque al culminar la meta y regresar al punto de partida, notamos que dentro de nosotros hay algo de ellos, y que lo que les aportamos, mucho o poco, lo hemos recuperado con creces.


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