Las motivaciones para recorrer la senda compostelana según aporta Carandel (1989): “No era siempre ni mucho menos, la devoción lo que llevaba a los europeos de la Edad Media a peregrinar al sepulcro del apóstol. Viajaban a Compostela muchos mercaderes y negociantes. También abundaban las personas que emprendían el viaje por el deseo de correr mundo y abandonar la monotonía de su lugar de origen y no faltaban en el Camino los ladrones, falsos mendigos o prostitutas. El grupo más importante de profesionales de la Vía Jacobea eran los constructores, escultores y canteros a quienes contrataban los reyes, los nobles o los obispados y monasterios”.
Muchos peregrinos no iban voluntariamente sino para cumplir una penitencia religiosa o por un tribunal legal, ya que la redención de penas estuvo extendida en Europa de la cual existe amplia documentación procedente de los Países Bajos, Francia y Alemania.
En la época del apogeo jacobeo era común la representación de una persona, que al no poder hacerla pagaba a otro convirtiendo el peregrinaje en su oficio, así como otros pícaros que bajo el disfraz de peregrinos se libraban de pagos de tarifas y recibían limosnas. Hasta tal punto llegó el abuso que se tuvo que limitar la estancia en albergues a una noche, salvo en caso de enfermedad, lo cual se ha convertido en una costumbre que ha perdurado hasta el día de hoy.
La Iglesia premiaba la caridad pero como la ruta era muy larga y mucha gente circulaba en ella, se generaba la imposibilidad de cumplir totalmente esa obligación.
También la caridad alimentaba y hospedaba a muchos vagabundos entre los peregrinos, por lo que en 1569 las ordenanzas dan sólo tres días para la estancia en Santiago, lo cual persiste hasta hoy en la concesión para permanecer en el albergue oficial.
Los peregrinos dormían en hospitales, pajares, pórticos de las iglesias, posadas y mesones. Había muchos que no pretendían hacer la peregrinación tan estricta y sufragaban sus gastos de alimentación y hospedaje como cualquier viajero.